Cuando eres joven y paseas por la playa… miras al mar, al horizonte y ves pescadores desde la orilla intentando llegar lejos con sus cañas y sus cebos, los bañistas pasándolo en grande sin perder pie en tierra por si las moscas, algunos, los más atrevidos osan adentrarse confiando en que sus fuerzas y el buen tiempo que acompaña les traerá de nuevo a la orilla… más adentro algún patín que desafía con espíritu aventurero y durante un ratito aquello que las olas y la marea pueda traerle o llevarle…confiando igualmente en que enseguida y siempre antes de que el sol se ponga, volverá a la orilla a contar a los suyos las maravillas de lo que ha sentido mientras se mecía por las olas.Y aquellos que se quedan en la orilla, les miran disfrutar, crecer, hacerlo cada día mejor y quitarse el miedo o el respeto a ir cada día un poco más adentro. Al fondo, barcos surcando las olas, disfrutando, faenando, a flote y sin descanso. Un día y otro, y el siguiente… un año, y otro, …y otro, empleando todo su esfuerzo en navegar cada día más rápido y mejor, de manera más eficiente… lejos de la orilla. El capitán ordena, ¡a babor! y el barco gira a babor. ¡más rápido! Y el barco va más rápido. Bien, todos contentos, las cosas van bien. ¿pero dónde vamos? O mejor pensado ¿hasta dónde vamos? ¿por qué vamos tan rápido?… porque somos fuertes, podemos ir más adentro, podemos llegar más lejos. ¡Vamos! …y vamos y estamos contentos porque lo estamos haciendo bien, y además damos ejemplo a los que nos miran desde tierra, a los barcos pequeños que dan vueltas cerca nuestro intentando seguir nuestra estela o eso creemos… porque en realidad a lo que se están en tierra ya no les vemos. Sabemos que están ahí, pero les hemos perdido de vista… vemos sus manitas agitándose, uff, menos mal, todo sigue bien en la orilla. Y por fin lo más esperado ¡rumbo a tierra! Todos felices viramos el barco sutilmente para no volcarlo y en ritmo ordenado nos dirigimos hacia la orilla, cada vez más contentos de poder volver a pasear y mirar el mar con los pies en seco y jugando con los nuestros…durante unos días porque sabemos que se acaba y en unas semanas nos toca volver a embarcar para remar de nuevo al fondo y mirar a la orilla con recelo pensando que en tierra están bien, pero es necesario volver a mar a dentro, bien adentro, para sentirnos satisfechos, orgullosos y fuertes. Hay que decirlo, todos felices. Pero un día se aproximan los restos de una barca naufragada, un mal presagio, con una caja en ella. Alguien debe subir a la barca y abrir esa caja ¿por qué no? Será interesante, me ayudará a crecer más, a hacerme más fuerte, es un reto, si conseguimos lo que va ahí dentro seremos todos aún más fuertes… pero tiene sus riesgos, lo sabemos. Tic, tac, tic, tac, y allá vamos, vamos a intentarlo, puedo hacerlo, pero toma un cabo, y si no consigues abrir la caja tiraremos del cabo para que vuelvas con nosotros. ¡A por todas!Está siendo duro, la barca va en una dirección que no consigo adivinar, cambia de rumbo constantemente y no puedo mantener el equilibrio en ella. Consigo abrir la caja y empezar a organizar el puzle que encuentro dentro, pero la barca se mueve enormemente y es difícil mantener el equilibrio en ella. Y mi barco se aleja, pierde el rumbo, pero no nos asustemos que tenemos nuestro cabo para tirar de él. Seguimos intentándolo, días largos, muy largos intentando montar el puzle, aguas oscuras, aguas claras y también aguas frías, cambiamos continuamente pero ahí seguimos… no está tan mal, aunque hay tantas olas, que no nos permiten trabajar en nuestra puzle. Cada ola que superamos nos hace sentir bien, pero sabemos que hay muchas detrás, debemos unirnos cuanto antes al resto del barco pero no nos miran… están lejos y muy ocupados en salvar sus olas, no pueden mirar ¡tengo vuestro puzle! …pero no pueden oirlo. La propia estela del barco nos inunda y pasan las olas por encima… Ni siquiera se dan cuenta de que el cabo se ha soltado, nadie lo sujetaba en realidad y flota en el agua, perdido. La barca se desarma al perder su dirección, el puzle se hunde. La marea me arrastra de nuevo a la orilla dejando atrás primero a los barcos, luego a los patines, a los bañistas, los pescadores y al llegar a tierra…¡qué dulce sensación! Llego para quedarme, para devolver el saludo con la mano desde tierra cuando se me pida, pero principalmente para estar y hacer mi pequeño puzle en tierra firme, mi propio puzle. Para ver las cosas de cerca. Para oir todos y cada uno de los mensajes que me envían. Para sentir el pálpito de la vida más cerca. Para vivir. A los tripulantes, ¡ánimo! Seguid con la faena y volved a tierra cada poco, para no perder el rumbo. Buscad mis manos agitándose en la orilla, porque detrás de ella hay un trocito de vuestro corazón Yo a partir de ahora viviré en tierra. Viendo de verdad, oyendo de verdad y sintiéndolo bien adentro. Cuando ya no eres tan joven (no vamos a entrar en estos detalles, digamos simplemente cuando estás más curtido) piensas de otra manera. Desde tierra ves que los barcos del fondo del horizonte son fríos y oscuros. El hierro de sus armaduras no permite ver los miles de corazoncitos latiendo en su interior, ni sus miradas buscando manitas agitándose en la orilla.Quizá pase otro barco ya veremos, no tendrá los mismos tripulantes, tan buenos como vosotros, pero tendrá que tener un corazón más grande, el mismo rumbo que mi mirada, y los cabos mejor atados. Si no es así no me subo, dejaré el sudor de mi piel en los que están en tierra…y me bastará con darme un bañito de vez en cuando.